Desde algún tiempo me descubro pensando acerca del tiempo, del uso que hacemos de él y cuán diferente es en función de la vida que llevas, del lugar donde vivas, de la actividad que realices y por qué no...de la cultura de la que provengas.
Los que vivimos en una ciudad como Madrid a veces no distinguimos el día de la noche. Los ruidos son similares, resulta casi imposible ver un amanecer o un atardecer, los atascos te sorprenden a las tres de la mañana en Gran Vía....
No notamos, ni sentimos el paso del tiempo, pero...pasa. El tiempo transcurre hagas lo que hagas en él. El tiempo no espera.
Lo curioso de todo esto, es que esta idea genera en la mayoría de las personas una angustia vital o una necesidad de no parar, de ir a la carrera...”el tiempo pasa y yo no puedo estar parado”. Y yo que creo que debería ser justo al contrario!!!
El tiempo pasa...y yo debería dedicarlo a todo menos a transportarme durante horas para ir y volver del trabajo, tiempo para saborear la comida y no hacerlo como un pavo mientras reviso los últimos mails...y miles de ejemplos de lo que hacemos cada día con nuestro tiempo.
Me sorprende cómo dejamos que la rutina, cierta comodidad y poco espíritu crítico nos hace huir de nosotros mismos. Porque huir del tiempo, es hacerlo de nuestro propio pensamiento, de nuestra consciencia, de nuestro cuerpo, de nuestras necesidades. Correr como locos hacia el siguiente lugar, aunque no sepamos muy bien para qué fuimos allí.
Ventajas de esta jodida crisis, porque supondrá recuperar el tiempo, recuperar costumbres olvidadas como disfrutar de una buena conversación o un buen paseo. Porque hará que la gente se olvide de grandes emociones para volver a disfrutar de las pequeñas y diarias.
Aprender que menos es más.