
En todas las facetas de la vida, la personal, familiar, profesional, estamos rodeados de personas y acontecimientos que hacen que nuestra vida, tal y como la tenemos ahora, cambie, se transforme.
A veces esos cambios no se producen por nosotros o hacia nosotros, simplemente las circunstancias cambian y uno tiene que adaptarse. Si mis padres deciden irse a vivir a la playa, yo tendré que aceptar su decisión y adaptarme al cambio (viajar más, modificar mi forma de relacionarme con ellos, asumir que no tendré operación tupper los domingos o quizá mi reacción sea, pues ahí se quedan, se marchan, me abandonan, no quiero saber nada de ellos o quizá, si les respeto poco o no soy capaz de aceptar que se ha producido un cambio, quizá intente que cambien de opinión).
Quizá el ejemplo sea absurdo o simple, pero muchas veces, nuestra mirada influye a la hora de abordar el problema. Una decisión que otros tomaron para mejorar su vida, a mi me influye y me afecta, depende de mi, mirarla y analizarla de una manera u otra y por tanto actuar en consecuencia.
También sucede algo parecido en las organizaciones. Muchos cambios es producen porque los que toman las decisiones consideran que es lo mejor (motivaciones pueden ser varias, porque es lo mejor para la organización, porque es lo mejor para mantener el status quo, porque es lo mejor para renovar el equipo, porque es lo mejor para acallar las críticas...en fin). Uno puede tomarse las decisiones como quiera, pero en definitiva, hay que asumirlas y adaptarse al cambio, actuar y asumir las consecuencias.
Cuando decidí coger un tiempo de excedencia en el lugar que trabajaba, fue principalmente porque me sentí sin fuerzas para adaptarme al cambio. Más allá de compartirlo o no, de consideraciones sobre si se equivocaban o no, no tenía fuerzas para adaptarme a otro cambio. Venía de un proceso de aclimatación largo, duro y complejo a nivel personal y no me sentí con fuerzas suficientes. Por eso, decidí alejarme, descansar y tomar distancia.
Las cosas han cambiado allí dentro y posiblemente no se parezca en nada a la organización de la que me enamoré, de aquél lugar donde había escasez de dinero, pero lo suplíamos con mucha creatividad, humor, trabajo, esfuerzo y talento. Quizá no se parezca en nada? Seguro. Pero, una vez asumido eso, una vez que uno se ha dado cuenta que el cambio se ha producido, que lo que fue, no volverá, no hay pena, ni desilusión, ni enfado, ni rabia, ni desencuentro. Sólo queda el recuerdo. Por eso, ahora, es mucho más fácil la decisión. Regrese o no, sé que aquello se ha muerto. Regrese o no, sé que lo haré a un lugar completamente diferente, preparada para empezar de cero. Regrese o no.